El reencuentro

Lecturas (muy breves) para este verano. Cuarta entrega

Francisco Cárdenas es un luchador incansable. La primera vez que me entrevisté con él en mi despacho de Valencia, además de descubrir en él una persona culta y amable, vi reflejado en sus ojos el dolor inmenso que durante mis años de profesión tantas veces he visto incrustado en la mirada de mis clientes. Ese dolor inmenso que en mi despacho profesional se desgrana, surgiendo de la aberración de unas vidas separadas por la fuerza.

Porque en mis casi veinte años como abogado, dedicado casi exclusivamente a facilitar el rencuentro entre familiares separados, ha sido habitual encontrarme con las lágrimas de las madres y padres que buscan a sus hijos, o de los hijos que queremos saber de dónde venimos, cuáles son nuestros orígenes. En mi doble condición de abogado y adoptado que busca a sus padres biológicos, llevaba, pues, muchos años luchando contra las barreras administrativas, judiciales, sociales y culturales para conseguir algo tan sagrado, tan inviolable, como que se hiciera respetar el derecho de padres e hijos a estar juntos. Y hablo de padres sin más, sin apellidos y sin diferenciar entre biológicos o adoptivos.

Sencillamente, padres. Quizá estemos acostumbrados a pensar en las separaciones forzadas de niños y sus progenitores, cuando partimos sólo de vínculos biológicos. Pero yo, como adoptado, les puedo decir que la paternidad la da el amor. El cariño. La convivencia. Y aun siendo sagrados los vínculos sanguíneos de las personas, que habría que respetar y cuidar, es posible con una modificación legislativa que permitiese la adopción abierta; yo soy de la opinión de que padre e hijo “se hacen”. Por eso, el ejemplo de Francisco me impactó. Un padre que iba a adoptar, un padre que “ya era padre de hecho”, y que fue empujado por la actitud arbitraria y brutal de la Administración hacia el mismo dolor al que tantos otros padres biológicos también son empujados sin conmiseración.

En definitiva, el ejemplo de Francisco me demostró lo que yo ya había vivido con mis padres adoptivos: el amor paterno-filial no tiene distinciones de origen, su fuerza nace del cariño y la convivencia, de sentir como de uno mismo lo que más se quiere en este mundo: a los hijos. Aquel horror, el del tráfico de bebés en España, el de unas raíces perdidas que tanto me cuesta rehacer ahora como jurista, yo creía que era un horror pretérito, del pasado olvidado que finalmente se convertiría en una triste historia de terror, pero lejana y que acabaría perdiéndose en el olvido. Sin embargo, y sobre todo tras el escándalo que destapé en mi despacho con la presentación de la denuncia colectiva por el robo de bebés, en enero de 2011, ante la Fiscalía General del Estado, cada vez más fui requerido por otras personas atormentadas y necesitadas de mi ayuda, que me abrieron los ojos a una realidad quizá más tremenda que la terrible historia acaecida en el pasado inmediato: esta dura realidad no era otra que el “robo de bebés” seguía instaurado plenamente, pero disfrazado de una piel de cordero en forma de “legalidad administrativa”, en la actualidad.

Era terrible, pero para mi sorpresa, era cierto. Y más tremendo aún, esa administración no sólo daña a los padres biológicos con actuaciones abusivas. También rompe los corazones de padres de acogida, ilusionados por cuidar y a amar a su hijo el resto de sus vidas, con negativas a la adopción absurdas y carentes de cualquier fundamento. Muchas veces pienso, y leyendo el libro que ahora tienen entre sus manos se habrán dado cuenta, que el mecanismo y el engranaje de la administración que regula los acogimientos en España es tan frío, tan inhumano, que sólo sabe generar dolor: a los padres biológicos a veces; a los futuros padres adoptantes en otras, y, desde luego, y aunque ellos crean lo contrario, a los hijos acogidos o adoptados casi siempre.  Las palabras de Francisco, pues, que tan bien ha sabido plasmar en esta obra que cierro con orgullo, me iban desgranando, poco a poco, el dolor de un futuro padre separado de su hija por la violencia, la incomprensión y lo absurdo de una actuación administrativa desaforada y brutal.

La realidad de la lucha contra las separaciones familiares forzadas, contra las que tantas veces me enfrentaba en mi despacho, seguía viva y rompiendo los corazones de miles de padres e hijos. Este libro debe ser sin duda un ejemplo, un nexo de unión de los sentimientos de todos los que están en la misma situación que su autor. Un ejemplo también de constancia y lucha para conseguir los objetivos de volver a unir lo que una ley o una administración deshumanizadas tantas veces están desuniendo. El ejemplo de Francisco, que además es un firme pilar de los movimientos asociativos que en la actualidad luchan contra los abusos de la administración en el ámbito de menores, ha de fructificar en que la sociedad se dé cuenta de que un problema parecido al del tráfico de bebés persiste en la actualidad: la administración, amparándose en leyes oscuras, injustas, y sobre todo en su aplicación parcial, juega con las vidas de menores y padres, traficando en la práctica con los niños ahora también, con criterios arbitrarios no exentos de intereses económicos. Porque mucha gente se ha perdido ante la deslumbrante avalancha mediática, en la que yo he tenido gran culpa y participación, que ha tenido el triste asunto del robo de bebés en España durante el siglo XX.

Pero, sin duda, hemos de hacer un esfuerzo para “girar la vista”, y ver que en la actualidad, como cuenta fiel y crudamente Francisco en este su libro, el drama continúa. Duro. Opaco. Oculto. Pero rompiendo el corazón de miles de ciudadanos, los padres ahora y dentro de unos años sus hijos, que ven como sus vidas se resquebrajan la mayor parte de las veces por un abuso inconcebible de la administración. Al conocer, pues, a Francisco, y al leer su obra, me emocioné. Era la cabeza visible de todos esos padres y madres que no cejan en su empeño de luchar por recuperar lo más sagrado de su vida, lo mejor: sus hijos. Hemos de ayudarles. Yo como letrado, pero cada una de las personas que conozcan este sufrimiento o lean este libro, aportando su granito de arena para que, al menos, los padres no se sientan solos en su desgarradora y justa lucha.

Yo no hubiera perdonado a ninguna “administración” que me hubiera separado de los que quisieron y fueron mis padres adoptivos, a los que adoré en vida y adoro tras su muerte. Al igual que ahora no perdono a la administración que no quiere decirme la identidad de mis padres biológicos. Finalmente he de decir que los ojos de Francisco, además de todo lo anterior, me hicieron sentir envidia. Porque yo, abogado y adoptado que aún hoy busco con ahínco a mis padres, sentí el firme deseo de haber tenido un padre y una madre con el mismo coraje que demuestra el autor, con el mismo amor por mí que Francisco demuestra por “E.”, su hija querida. Quizá, así, yo hubiera sido más feliz.

Enrique J. Vila Torres

Abogado y escritor

Bastardo, expósito y adoptado.