No nos rasguemos las vestiduras ante las denuncias públicas del mal funcionamiento del Sistema de Protección a la Infancia. El artículo de Carlos González Nos quitan los hijos! publicado en el ARA criaturas en agosto de 2013 levantó mucha polvareda entre los profesionales del sector y entre las personas bienpensantes en general. Es cierto que las personas con hijos y dificultades económicas para salir adelante tienen miedo de pedir ayuda a Servicios Sociales. En vez de criticar a quien lo dice en voz alta puede que averigüemos cómo es que las familias tienen esta percepción.
No frunzamos el ceño cuando Tina Vallès conocedora de una historia de vulneración de derechos en el ámbito de protección a la infancia publica un artículo en VilaWeb titulado Los niños desamparados. Tratemos de saber qué hay de verdad para cambiarlo, para que no se pueda repetir, en vez de exhibir corporativismo y autolamento de los profesionales.
No hagamos ver que se trata de un error lo que hicieron con Marcel, el protagonista de la novela la basada en su caso Ciento treinta y seis días en el nido del cuco que he escrito yo misma dándole voz. No neguemos la evidencia de que lo que hicieron con él es prepotencia y arbitrariedad de unos técnicos. No digamos que tuvo mala suerte. Mala suerte? Si no hiciera llorar daría risa. Se imaginan esta afirmación en cualquier otro ámbito? ¿Qué os parecería que un ingeniero dijera que un puente se ha caído por mala suerte, que en realidad la mayoría de puentes no caen?
No nos autoengañemos pensando que algo debía haber hecho mal el padre de Esmeralda, Francisco Cárdenas y que nos lo esconde cuando nos explica en su libro Es mi hija cómo los técnicos de la Administración le quitaron a su hija con alevosía. No jodamos! No hay ningún acto que presuntamente hubiera cometido el padre o la madre acogedores de Esmeralda que justifique que a Esmeralda la quiten de sus padres sin ni siquiera poder despedirse, sin posibilidad de mantener ningún contacto y, en seco, le roben todos los recuerdos de sus primeros años de vida.
Preguntémonos cómo es que los profesionales del sistema de protección de menores desprecian sistemáticamente los sentimientos de los niños y los cambian de casa como se cambian de almacén las cajas de Coca-Cola, cuando leemos el estremecedor relato de Pongamos que son Pablo y Alberto de María Laura Prado Sanchez.
No lo estamos haciendo bien. Hay jueces que en algunas de sus sentencias han hablado de «fracaso del sistema». La ex decana del Colegio de Abogados, Silvia Giménez Salinas, abogada de familia e infancia también ha topado con la intransigencia absurda de la Administración y deja claras sus conclusiones después de haber conocido muchos casos de niños supuestamente protegidos mediante una tutela y separación de sus familiares, en el prólogo de Ciento treinta y seis días en el nido del cuco. Algunos directores de centros escolares con los que he podido contactar relatan las «retiradas» de niños en las escuelas horrorizados por los argumentos en que se basan los informes justificativos y por la desproporción de la medida de separación de los hijos de sus padres.
No me digáis que Marcel, Esmeralda, Pablo y Alberto, son excepciones y que han tenido mala suerte. Gemma, Illya, Jasmine, Kevin, María, Àlec, Marina, Jana, Marc, Laura, Ona, Alex y un largo etcétera de niños y adolescentes tutelados por la Administración que he conocido directamente o a través de sus familiares durante los nueve años que he trabajado en el sistema, también son excepciones? A mí me parecen demasiadas excepciones, demasiados errores y demasiada mala suerte. Y sobre todo me parece que estas excepciones, errores y malas suertes tienen demasiado comunes denominadores para considerarlos sólo excepciones de un sistema que sí funciona.