Solíamos viajar juntos en coche mucho rato. Ella casi siempre dormía, confiada. Con esa confianza que da saber que estás protegida, que estás en tu mundo y a la vez vas hacia él. Que te esperan los tuyos.
Desde la sabiduría que dan tres años de vida me hace esa pregunta, después de observar por la ventana el movimiento del día. Recuerdo mi primera reacción, de sorpresa. Menuda pregunta!
Evidentemente si una nena de tres años era capaz de hacerla, la respuesta no era un tratado de astronomía. Era una pregunta mágica y la respuesta que ella esperaba también.
Sus ojitos de un color verde esmeralda precioso se quedaron fijos en mí, ansiosos por descubrir por qué las estrellas iban saliendo poquito a poco.
Le respondí, más o menos, lo siguiente: Cariño, las estrellas salen porque cada noche en el cielo hay una fiesta. Y ellas se arreglan, se ponen guapas y brillantes, y a medida que están listas van saliendo para apuntarse a la fiesta. Y al final el cielo se llena de lucecitas a cual más guapa y juntas celebran una gran fiesta.
Y ella me miraba contenta, convencida, porque se estaba apuntado a la fiesta. Era evidente que la respuesta le convenció. Es evidente que así es.
Recuerdo haber pensado más cosas, pero decidí dejarlas para más adelante. Algunas noches no había fiesta, las estrellas no salían. Pero estaban. Tapadas por nubarrones. No importaba, ahí estaban. También en la vida, en muchas ocasiones las nubes tapan la felicidad, pero no importa. Al final pasan y la fiesta continúa. No le expliqué todo eso, sin sospechar que semanas más tarde ella lo iba a descubrir sola.
Y cada vez que una nueva estrella era visible, ella me decía: Mira! Otra! Y esta es muy guapa! Y yo pensaba “ni siquiera se aproximan a tu belleza…”
Ella se me adelantó. Semanas más tarde hacíamos el mismo trayecto, aproximadamente a la misma hora. “Papi, hoy no hay fiesta?” Me costó recordar aquella conversación, tardé en darme cuenta que el cielo estaba nublado y ella llevaba ya demasiado rato esperando a sus amigas.
“No, cariño. Hoy estarán descansando. O a lo mejor la fiesta empieza más tarde”. Su carita resignada de quien sólo entiende que la vida es siempre una fiesta, que cada minuto es un mundo, siguió mirando por la ventana. Hubiera dado lo que fuera por estar en esos momentos dentro de esa cabecita. Aprendí lo que es la ilusión, la confianza, la serenidad, la alegría…
Apenas dos meses más tarde me arrebataron a mi hija. Unas personas desalmadas, que seguramente nunca han sabido de las fiestas de las estrellas, que no han mirado al cielo jamás. La pobreza de espíritu es la peor de las pobrezas.
Hija, las fiestas han continuado, muchas noches. Las estrellas han seguido engalanándose (ahora ya entenderás esta palabra) y no falta ninguna. Tampoco tú, porque has estado presente conmigo. Y así será siempre.
Y estoy convencido de que habrás seguido mirando al cielo. Y más de una vez nuestras miradas y nuestros pensamientos se habrán encontrado ahí, quizá en la misma estrella. Porque la magia existe. Porque te quiero.
Porque somos mucho más de lo que hacemos. Porque has llegado al corazón de mucha gente. Porque serás feliz.
Abril de 2010. Mirando al cielo. Mirándote a ti.